En última instancia nadie puede escuchar en las cosas, incluidos los libros, más de lo que ya sabe. Se carece de oídos para escuchar aquello a lo cual no se tiene acceso desde la vivencia.
La frase anterior la descubrí en un audiolibro de Ecce Homo, de Nietzsche. Hoy decidí llamar "anclas" a esas frases memorables que me mantienen revisitando una obra literaria. Hoy pensé en la siguiente "ancla" de El Juego Ender, de Orson Scott-Card.
—[…] He tardado mucho tiempo en darme cuenta de ello, pero créeme, me odiaba, me odio. Y todo se reduce a esto: en el momento en que entiendo verdaderamente a mi enemigo, en el momento en que le entiendo lo suficientemente bien como para derrotarle, entonces, en ese preciso instante, también le quiero. Creo que es imposible entender realmente a alguien, saber lo que quiere, saber lo que cree, y no amarle como se ama a sí mismo. Y entonces, en ese preciso momento, cuando le quiero …
—Le vences.
Por un momento, no tuvo miedo de que la entendiera.
—No, no lo entiendes. Le destruyo. Hago que le resulte imposible volver a hacerme daño. Lo trituro más y más hasta que no existe.
—Tú no haces eso.
Y ahora el miedo volvía de nuevo, peor que antes.
Sin embargo, cuando hoy levanté esa ancla, vino con este párrafo, que nunca leí con la intensidad que lo hice hoy:
—Cuando eras pequeño y Peter te torturaba, te gustaba que no me recostara a esperar a que papá y mamá vinieran a salvarte. Nunca entendieron lo peligroso que era Peter. Sabía que tenías el monitor, pero tampoco esperaba a que vinieran ellos. ¿Sabes lo que solía hacerme Peter porque le impedía lastimarte?
(Austria, Neyba, Ayer)
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